EL FIRMAMENTO DE LAS CANTANTES

EL FIRMAMENTO DE LAS CANTANTES

El jazz instrumental –al menos hasta hace muy poco predominantemente masculino, con notables excepciones como la pianista Mary Lou Williams- se caracteriza por una permanente huida hacia adelante, una escalada vertiginosa en la que, para cada músico, el sobrepasarse a sí mismo constituye un objetivo ascético y en la que las limitaciones técnicas y los conceptos apriorísticos se quedan siempre atrás y son, una y otra vez, puestos en tela de juicio por cada generación, sacrificando a veces la consecución del beneplácito popular en aras del logro artístico. El canto, situado en el mismo origen de toda la expresión melódica y rítmica del jazz y del blues, aparece, por el contrario, como un territorio común, con frecuencia femenino –también con notables excepciones como Louis Armstrong, Fats Waller, Ray Charles o Frank Sinatra- en el que se recorren todos los caminos, y la emotividad creativa se sobrepone a cualquier otra consideración con una fuerza telúrica, engendrada desde la raíz, capaz de hacer estremecer a todos los públicos.

A principios del siglo XX ser negra y mujer en los Estados Unidos del Sur suponía una doble marginación, que encontraba su consuelo en el canto de las iglesias, donde se conservaban los ecos de la música africana, los cantos de llamada y respuesta, el equilibrio ente la expresión individual y la catarsis colectiva, la libertad y el compromiso. Ésa fue la escuela de numerosas grandes cantantes durante décadas. Pero también el canto más mundano impregnaba la vida cotidiana y para algunas mujeres con talento la liberación estaba en los teatros ambulantes, en los tugurios de los barrios negros y, finalmente, en el Harlem neoyorkino donde en el Cotton Club actuaban los negros, pero sólo aceptaban como público a los blancos. Así se “urbanizó” el blues rural, de la mano de cantantes como Ma Rainey o Bessie Smith, sofisticadas, temperamentales y desinhibidas, sin prejuicios, admiradas por hombres y mujeres, negros y algunos blancos de la época, ávidos de las emociones fuertes de la música negra en directo. Bessie Smith murió en 1937, desangrada tras un accidente de automóvil, según la leyenda por no ser atendida con la necesaria rapidez, debido al color de su piel. Ha hecho falta un largo camino hasta que Betty Carter cantase en la Casa Blanca en 1994 ante Bill Clinton o Aretha Franklin lo hiciese en las ceremonias de investidura de Clinton y Obama, al igual que Beyoncé o Alicia Keys.

En la extensa nómina de las cantantes de música afroamericana, -sin que influya el color de la piel- las ha habido de vida más o menos breve, en lucha con sus demonios interiores, como Billie Holiday, Dinah Washington, Janis Joplin, Whitney Houston o Amy Winehouse. Otras sobrevivieron muchos años a sus adicciones como Anita O’Day o Etta James, e incluso a sus maridos, como Tina Turner.

Mahalia Jackson, Koko Taylor, Peggy Lee, Carmen McRae, Diana Ross… tuvieron por el contrario una larga carrera. En activo, con 72 años, está Aretha Franklin, ostentando el puesto número uno de la lista de los 100 cantantes más grandes de todos los tiempos de la revista Rolling Stone. Ha habido grandes cantantes con notables conocimientos musicales académicos, como Sarah Vaughan y Nina Simone, mientras que otras son puro instinto y talento natural, como Ella Fitzerald… tampoco ha sido raro que en algún momento buscasen el éxito con el pop más comercial… Pero más allá de estas consideraciones accidentales todas estas “estrellas” se caracterizan por tener soul, “alma”, lo que se transmite, no lo que simplemente se oye, el aspecto espiritual de la música, la parte de una canción que no tiene que ver con los aspectos técnicos de la melodía, el ritmo, el compás y el timbre. Una canción impecable puede ser conmovedora, pero para que tenga “alma” tiene que estar interpretada por una cantante especial, nacida con ese don que apela a su sensibilidad personal hacia el mundo con la que el público se identifica de inmediato.

En el verano de 2012, por la época en la que en el cielo destellan las Perseidas, apareció fugazmente, fuera de programa, el fulgor de Aurora García en el Festival de Espejo de Tera. El impacto fue tanto o más de meteorito que de estrella. Así que también repitió, como en el Café Central, y fue voz solista en el siguiente verano. Ahora le hemos pedido en ‘En ViBop’ que viniera a la capital, en la primavera del Avalon, quedándose en nuestro firmamento, señalando hacia un Norte sin frío…


Para saber más…

Los grandes creadores del jazz. G. Arnand y J. Chesnel. Edición española de J.C. Cifuentes. Ediciones del Prado. 1993.
Jazz Voice. Las grandes voces del jazz. Dirección editorial: Francesc Navarro. Salvat Editores S.A. 2003.
Disfruta de mí si te atreves. Las grandes mujeres que marcaron la historia del blues. Buzzy Jackson. Alba Editorial. 2006.

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